De la posible ruina al mas rotundo exito
ÉXITO MATERIAL


Miguel nos cuenta que pasó momentos difíciles cuando abrió su panadería, a él le encanta hacer pasteles y además vivió en Austria, nos cuenta que allí el pan es muy diferente, así que quiso traerlo a España, y cuando abrió la tienda, confiaba en que fuera abrirla y todo fuera un éxito, le costó darse cuenta de que la expectativa no se estaba cumpliendo y tuvo que reinventarse, mejorar en aspectos que no creía fueran necesarios, esa parte contable tan necesaria, para gestionar pagos, bajar costes y mejorar los márgenes, y por otro lado, el uso del marketing y técnicas de venta.
Miguel siempre fue de los que madrugan. Pero aquella mañana, a las 5:17 exactamente, no se despertó: saltó.
Tenía el corazón acelerado y una certeza que no lo dejaba volver a la almohada:
“Esto no está yendo bien.”
Llevaba meses mirando las cifras como si fueran a cambiar por arte de magia.
Mejoraba la presentación.
Pulía cada receta como si fuera para un jurado Michelin.
Limpieza, detalle, mimo.
Pero nada. El milagro no venía.
Su gestor ya le había dado el mensaje claro:
“Miguel, o se cambian los números, o esto no aguanta.”
Y aunque seguía dando la batalla, por dentro, algo se rompía.
Unos días antes, había recibido un correo nuestro. Uno más, pensó. Pero hubo una frase que se le quedó clavada:
“La identidad que crees tener —heredada, aprendida o asumida— a veces es justo lo que te impide actuar como quien realmente quieres ser.”
Esa frase le atravesó como una cucharada de realidad sin azúcar.
“¿Y si estoy viendo todo desde un lugar equivocado?”
Y ese día, con más miedo que certezas, nos escribió.
La sesión de asesoría fue como abrir una ventana en una habitación que llevaba demasiado tiempo cerrada.
Miguel nos dice que lo que más le tocó fue la forma en que lo escuchamos sin juicio, con empatía, con preguntas que no buscaban respuestas brillantes, sino verdades humanas.
Descubrió que él mismo estaba siendo su mayor freno.
Por costumbres.
Por miedo al qué dirán.
Por vergüenza a no saber.
Por esa idea de “yo no sirvo para los números” o “eso no es lo mío”.
Pero ahí, justo ahí, empezó el reset.
Meses después, Miguel no solo sigue con su negocio: lo ha transformado.
Y no solo en la parte visible (aunque eso también).
Ha cambiado en la forma de vender —desde el cariño que pone en sus productos, no desde el miedo a que no se los compren.
En cómo gestiona su día, su mente, su energía.
Entendió que el fracaso solo llega si uno se rinde.
Y que incluso si hubiera cerrado, ya habría ganado: porque se atrevió a probar de nuevo, a cuestionarse, a crecer.
Se entrenó en emociones. En estrategias. En humildad.
Sí, Miguel, que decía:
“Nunca fui bueno en la escuela, por eso nunca me metí con cálculos financieros…”
Ahora hace sus propios números, crea sus propias campañas, y tiene clientes que repiten no solo por lo que vende, sino por cómo lo hace sentir.
Hoy Miguel dice:
“Yo ya era mi héroe… solo que no lo sabía. Pensaba que tenía que venir alguien a salvarme, cuando en realidad solo necesitaba aprender a volver a intentarlo, día tras día, sin esperar a sentirme perfecto.”
Y añade, con una sonrisa que mezcla orgullo y guasa:
“Eso sí, sigo madrugando. Pero ahora no me despierta el miedo… me despiertan las ganas.”
Gracias, Miguel. Por atreverte a ser tú.
Por recordarnos que el cambio empieza cuando uno deja de esperar… y se empieza a mover.